Nuevo “socio privilegiado” de poderosos sectores de las clases dirigentes argentinas
CHINA: ¿NUESTRA GRAN
BRETAÑA DEL SIGLO XXI?
Escribe Rubén Laufer. Revista La Marea Nro 35 02/2011
“Tenemos que pensar en China como nuestra Gran Bretaña del siglo XXI”.
Embajador Eduardo Sadous, 16.09.2010
En la Argentina , el impulso de una “alianza estratégica” con China constituye ya una política de Estado. En ella coinciden sectores diversos y hasta enfrentados del arco político argentino.
Quienes promueven la asociación con China lo hacen desde dos vertientes principales, dos nucleamientos o bloques de sectores de las clases dominantes que convergen en ese objetivo estratégico y al mismo tiempo difieren y pugnan sobre las modalidades y los beneficiarios concretos de esa alianza.
Por un lado están los sectores beneficiarios del actual esquema exportador-importador-inversor asociado a China. Empresarios, funcionarios gubernamentales, académicos y periodistas se constituyen en voceros de los pools sojeros y aceiteros que exportan a China, o de sectores vinculados a la importación de productos industriales del país asiático, o de intereses ligados a las corporaciones petroleras y mineras o a otros capitales privados o estatales de esa potencia.
Jorge Castro, asesor del ex presidente Carlos Menem en temas internacionales y actual columnista internacional del diario Clarín, sostiene que la alianza con China, basada nuevamente en la especialización del país en la producción masiva de alimentos para el mercado externo –en este caso para la potencia asiática– constituye la base para el desarrollo no sólo de la Argentina sino también de otros países latinoamericanos e incluso de la integración regional: “Una estrategia que privilegie su especialización [de la Argentina ] en la producción agroalimentaria no implica la reprimarización de la economía. Al contrario: en las nuevas condiciones mundiales es la vía más apropiada para una reindustrialización internacionalmente competitiva de la Argentina”.[1] “En definitiva, la condición de potencia agroalimentaria de la Argentina es la que marca el camino de su inserción internacional...[2]. “EEUU, Brasil, y ante todo la Argentina , tienen el privilegio de producir un insumo crítico –que es la soja– para el eje de la demanda mundial en los próximos 20/30 años: China”.[3] [Todos los destacados son nuestros. RL]
En el seminario “China, una oportunidad histórica para la Argentina ”, realizado el 12 de diciembre de 2008 por el Banco de la Ciudad de Buenos Aires, en el que coincidieron representantes de sectores muy diversos –incluyendo representantes del gobierno actual y de la oposición–, el Jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri sostuvo que “la alianza estratégica con China es el camino para que la Argentina se integre hacia adentro y hacia afuera... La Argentina de los alimentos –opinó– puede ser la Arabia Saudita del petróleo”. El empresario Franco Macri, representante del gobierno de Beijing y de empresas estatales chinas para sus negocios en América Latina, principal intermediario y comisionista de los acuerdos firmados en julio pasado por Cristina Kirchner en Beijing, afirma que el “proyecto de país agroindustrial” en el que piensa su hijo Mauricio (políticamente enfrentado al gobierno nacional) no se diferencia sustancialmente del modelo kirchnerista[4]; y al mismo tiempo, atendiendo a las posibles candidaturas presidenciales para las elecciones de 2011, admitía en julio –antes de la muerte del ex presidente– que “desde el punto de vista del afecto obviamente lo votaría a Mauricio, [pero] desde el punto de vista de la racionalidad, lo voto a Kirchner”.[5]
Otros connotados exponentes de esta línea son los representantes del capital financiero ligados al intenso proceso de “sojización” experimentado durante la última década por la economía y por las políticas fiscales de la Argentina. Gustavo Grobocopatel, el ”rey” de la soja en la Argentina , refiriéndose al conflicto suscitado en abril de 2010 por la suspensión de las compras chinas de aceite de soja de nuestro país, tradujo la tendencia histórica de los terratenientes y consorcios exportadores argentinos a reverenciar y subordinarse al mercado comprador: “Si no te compra China, te va a comprar la India o Vietnam. Los ‘aceitedependientes’ no somos los argentinos, son los que compran. El tema es que se te va una opción para poder pelear las cotizaciones... Esto es grave porque mañana puede ser la harina u otra cosa. No podemos tener conflictos con un cliente relevante”.[6]
Sin embargo, al mismo tiempo, dentro y fuera del gobierno kirchnerista despuntan grupos empresariales y políticos que, aunque con tibieza, cuestionan este tipo de inserción internacional, muy similar a la “tradicional” división internacional del trabajo que las potencias europeas y principalmente Gran Bretaña impusieron a la mayor parte de los países de América latina hacia fines del siglo XIX, y sugieren –en consonancia con las recomendaciones de la Cepal dirigida por el liberal-neodesarrollista José L. Machinea– complementar la especialización argentina en productos primarios exportables con alguna diversificación industrial.
Estos sectores proponen superar las limitaciones de este “relacionamiento desigual” atrayendo inversiones chinas hacia ramas industriales y de infraestructura complementarias –o simplemente subsidiarias– de las necesidades estratégicas de la potencia asiática. Una estrategia, en suma, encuadrada en los moldes de la “industrialización dependiente”[7]: no promueven una vía de industrialización centrada en las necesidades de infraestructura locales y regionales, en el mercado interno y en el apoyo y promoción estatal a capitales nacionales como base de una verdadera reconstrucción industrial, sino una nueva especialización en la exportación de productos básicos, agregando cierta diversificación que permita “integrarla a las cadenas productivas y de comercialización de Asia-Pacífico”. Una diversificación orientada a la producción local –no necesariamente nacional– de ciertos bienes exportables inducidos por la demanda de China, o a la realización de proyectos de infraestructura y de energía orientados a facilitar las exportaciones al país asiático o a complementar la radicación de sus empresas aquí; es decir, una vía de “crecimiento” no autocentrada sino complementaria y adaptada a los requerimientos del influyente socio comercial e inversor de las clases exportadoras e importadoras del país.
Este es el camino que en la última década fue especializando a México y a Costa Rica en la producción de bienes de tecnología avanzada a través de fábricas “maquiladoras” dependientes de la demanda china.
El estímulo a las inversiones chinas en América latina, además, reitera el conocido rumbo de las concesiones y privilegios al capital inversor (exenciones fiscales, garantía de bajos costos laborales, obras públicas a cargo del Estado funcionales al interés del inversor extranjero, etc.) dirigidos a asegurar altas tasas de ganancia y hacer así al país “atractivo” para los intereses de las corporaciones chinas.
Por otra parte, en la Argentina existen poderosos grupos de terratenientes, empresarios e intereses financieros socios, intermediarios o representantes de corporaciones privadas y estatales del país asiático, que operan dentro de las estructuras económicas y estatales para la obtención de esas concesiones y privilegios. Esos grupos se expresan en la Cámara de la Producción, Comercio e Industria Argentino-China encabezada hasta hace poco por el grupo Werthein y ahora por el grupo Spadone y de la que participa el grupo Macri.
Aunque escudado tras una retórica “productivista”, un “modelo” con este perfil sólo lleva a completar o reforzar el círculo de hierro de la “complementariedad subordinada” hacia las prioridades de la economía china; un tipo de asociación similar a la que históricamente supeditó los destinos de los países latinoamericanos a los intereses y estrategias de las grandes potencias a lo largo de todo el siglo XX, complementando nuestra dependencia vendedora con la dependencia inversora e importadora de los bienes de capital necesarios para ese tipo de “desarrollo”.
Ayer ferrocarriles y frigoríficos, hoy soja y petróleo
El gobierno kirchnerista en sus dos etapas proclamó ser la encarnación de un “modelo productivista” (forma elegante de no arrogarse la representación de un indemostrable industrialismo). El dólar alto y un esbozo bastante limitado de resguardos contra algunas importaciones industriales son los estandartes más agitados por los sostenedores de ese alegado “productivismo”.
Sin embargo, los trazos económicos recientes muestran un “modelo” no tan alejado del viejo esquema liberal: un rumbo primario-exportador con una tenue diversificación a ciertos bienes elaborados determinados por la demanda externa, y con China como ascendente mercado comprador. Un “modelo” sojero-minero-petrolero-pesquero a cuyo servicio se impulsa el desarrollo de algunos servicios estratégicos como el transporte ferroviario: áreas, todas, en las que se acrecienta el peso de monopolios chinos –directo o asociado con grupos intermediarios locales–, y en las que se evidencia la responsabilidad de las políticas estatales en el retroceso de la industria nacional.
“Si a inicios del siglo XX éramos el granero del mundo, ahora debemos apuntar a ser la góndola del siglo XXI”[8], promueve el economista Alieto Guadagni. No se opone a la hiperespecialización sojera: su “productivismo” llega apenas hasta convertir la soja en hamburgesas, según convocó Cristina Kirchner en un acto en Bragado el pasado 10 de agosto.
El mismo viaje de la presidenta a Beijing en julio saldó en acuerdos con corporaciones chinas por casi 10.000 millones de dólares en préstamos e inversiones para la provisión de material ferroviario (locomotoras, vagones y hasta rieles). Una parte sustancial del préstamo irá a renovar el ramal Belgrano Cargas, ligado a la salida de la producción sojera pampeana hacia China por el Pacífico. Se acordó también la provisión de coches subterráneos. Los proyectos, para un período de dos a cinco años, incluyen compras de material a China e inversiones chinas en la Argentina. Las compras son financiadas por el Banco de Desarrollo de China y por Citic, un holding financiero del país asiático que tiene al empresario local Franco Macri como “trader” a comisión.
Según un conocido activista en la defensa de los ferrocarriles estatales argentinos, se destina a financiamiento y pago de comisión –estimada ésta en 400 millones de dólares– lo que hubiera podido dedicarse a fines públicos como educación y salud, y a un plan nacional sistemático de recuperación integral de la actividad y la industria ferroviaria en manos del Estado[9].
La reactivación y renovación del ferrocarril Belgrano Cargas es parte inseparable de la estrategia de desarrollo predominante en los últimos años, vinculada a la producción sojera y a su exportación así como a los grupos empresariales y sindicales amigos o socios del hólding gubernamental: en 2004 el gobierno de Néstor Kirchner concedió esa línea ferroviaria estratégica al grupo Macri asociado en el consorcio Shima con la corporación china Sanhe Hopeful Grain & Oil, los grupos Roggio y Emepa, y los sindicatos Unión Ferroviaria, encabezado por José Pedraza, y de Camioneros, conducido entonces por el actual secretario general de la CGT , principal apoyatura sindical del gobierno de Cristina Kirchner, Hugo Moyano, y hoy por su hijo.
Es probable que el vertiginoso ascenso de los precios mundiales de la soja en las horas en que cerramos esta nota dé nuevo impulso al ya tremendo proceso de sojización de la economía argentina. En 20 años la superficie cultivada con soja y sus volúmenes de producción se cuadruplicaron y en la temporada 2009/2010 la soja representa cifras récord para el país: 19 millones de hectáreas –el 61% de las 31 millones de hectáreas de uso agrícola–, y 52 millones de toneladas. Este fue de hecho el factor fundamental para la superación de los efectos locales de la crisis económica mundial, pero también para el inalcanzable salto en los precios de la tierra, que en la zona pampeana pasó en una década de U$S 2.000 a U$S 12.000 la hectárea, tornándola aún más inaccesible para los pequeños y medianos productores.
Así, pese al llamado de la presidenta argentina a “des-sojizar” la relación bilateral, la especialización exportadora hacia China y el actual “modelo productivo” rural, lejos de promover la eliminación de la estructura latifundista, sojizada y extranjerizada por el creciente peso de los pooles, más bien refuerzan su continuidad y preeminencia. Las altas retenciones y los circunstanciales precios altos para quienes arriendan sus tierras a los pools, en nada modifican esta realidad (ni siquiera revirtieron en los hospitales y rutas oficialmente pregonados durante el conflicto agrario de 2008). Los “Grobo” llegan a controlar 250.000 hectáreas sólo en el país (además de las que poseen en Brasil, Paraguay y Uruguay), mientras en provincias enteras se acentúa la pobreza rural. Es el caso del Chaco, donde la soja se propaga expulsando de sus tierras y privando del agua a las comunidades originarias, como sucede en los campos del grupo Eurnekian en Pampa del Indio con la venia del gobernador Capitanich.
La petrolera China National Offshore Oil Corporation (Cnooc) compró en marzo el 50% de Bridas (del grupo Bulgheroni, uno de los consorcios amigos y sostenes del gobierno kirchnerista), entonces propietaria del 40% de Pan American Energy (PAE); los Bulgheroni, desde hace muchos años asociados a intereses rusos en la Argentina , se asociaron así a los chinos en la segunda petrolera del país. El restante 60% de PAE era propiedad de la filial argentina de la estatal inglesa British Petroleum (BP); pero, acosada ésta por la necesidad de deshacerse de activos para pagar los enormes gastos de reparación de la pérdida de petróleo en su yacimiento en el Golfo de México, la Cnooc y Bulgheroni adquirieron en noviembre el total de BP argentina. De este modo, los chinos pasaron a ser dueños de la parte mayoritaria de PAE, propietaria de Cerro Dragón, el yacimiento de mayor producción de la Argentina. “Bridas, con una cartera de activos de alcance mundial en petróleo y gas, es una muy buena cabecera de playa para que nosotros entremos en América latina”, declaró significativamente Yang Hua, presidente de Cnooc.
Persistencia de una matriz histórica
Como ya sucediera con otras grandes potencias a lo largo del siglo XX –Gran Bretaña y otras potencias europeas, sumándose posteriormente los Estados Unidos, y en los ’70 y ’80 la Unión Soviética –, la “asociación estratégica” que las clases dominantes argentinas en sus versiones tanto oficialistas como opositoras promueven con la potencia asiática tiene implicancias económicas y políticas.
La promesa de un mercado amplio y duradero y de grandes inversiones chinas impulsa a sectores de grandes terratenientes y capitalistas locales a asociarse al imperialismo ascendente convirtiéndose en sus intermediarios internos, y a promover el redireccionamiento de los vínculos externos de nuestros países hacia el nuevo “socio privilegiado”, en una compleja trama de rivalidad y alianzas con otros sectores de las clases dirigentes ligados a otros imperialismos –como muestra la circunstancial alianza Cnooc-Bridas-British Petroleum en la Pan American Energy, con fuertes lazos con el gobierno nacional y gobiernos provinciales como los de Chubut y Santa Cruz–. La influencia de esos grupos en la economía y en las áreas decisionales del Estado les permite promover el otorgamiento a los inversores de concesiones y privilegios –muchas veces perjudiciales al interés nacional– y la adaptación de la economía y de las políticas nacionales a la complementación con el nuevo “gran hermano”.
En la Argentina , la complementariedad entre las economías compradora y vendedora, y el mercado exterior concentrado en una u otra gran potencia, han sido históricamente la puerta de entrada a la subordinación (primero comercial, después política, militar, estratégica) de las clases y grupos económicos locales ligados a la exportación de productos primarios y manufacturados hacia esas potencias y a la importación de capitales y de bienes industriales. Se perpetúan y profundizan así las estructuras internas responsables del atraso industrial y de la dependencia externa.
La asociación subordinada de poderosos sectores de las clases dirigentes argentinas al capital financiero de las grandes potencias, estuvo y está en la base de nuestra condición dependiente respecto de esas potencias.
Ahora en relación a China vuelve a plantearse –no sólo en la Argentina – una seria disyuntiva, entre el camino ya recorrido de la “relación especial” con una potencia hegemónica, o el de un desarrollo independiente y autosostenido basado en la independencia y orientado al beneficio de las mayorías populares y al fortalecimiento de la capacidad de decisión soberana de nuestras naciones.
¿Rumbo a nueva superpotencia?
Durante tres décadas —tras la restauración del capitalismo a fines de los ’70—, y aprovechando las bases del extraordinario desarrollo de sus fuerzas productivas asentado durante el período socialista, China ascendió gradualmente hasta su actual posición de potencia mundial. Es la tercera economía mundial después de Estados Unidos y Japón, superó a Alemania como principal exportador y tiene las mayores reservas monetarias del planeta. En 2009 sus ventas de automóviles superaron el millón de unidades mensuales, sobrepasando a los Estados Unidos.
Las multinacionales chinas del petróleo, telecomunicaciones, mineras, comercializadoras de alimentos y bancarias están radicadas o asociadas a empresas locales en todos los continentes. Los requerimientos de petróleo, gas, aluminio, cobre y hierro para su vertiginoso desarrollo industrial, y de alimentos para su población de 1.300 millones de personas y para su producción ganadera son gigantescos. El sostenimiento de su ritmo de crecimiento requiere de socios comerciales y campos de inversión. Su penetración en múltiples ramas productivas y áreas geográficas intensifica la competencia con intereses de otras potencias de arraigo más antiguo en esas ramas y áreas.
El presupuesto chino de defensa es ya el tercero del mundo. Más allá de su actual estrategia de “poder blando” y “ascenso pacífico”, y de la prioridad que hasta ahora concede al desarrollo de vínculos económicos por sobre las relaciones de fuerzas, lo cierto es que en su historia contemporánea China fue durante un siglo un país semicolonial y semifeudal oprimido por las potencias imperialistas y luego, durante tres décadas, un país socialista. Es decir, nunca tuvo intereses que promover y proteger en todo el mundo. Ahora los tiene, y ello explica la puesta en marcha, en los últimos años, de un acelerado proceso de modernización de sus fuerzas armadas y de su capacidad nuclear, misilística, espacial, y la multiplicación de sus vínculos militares y políticos mundiales.
La incidencia de China en la política global se expresa, entre otras cosas, en su liderazgo o integración a asociaciones regionales y organismos internacionales como el Grupo de Cooperación de Shanghai, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la OMC , el Área de Cooperación Asia-Pacífico y el Banco Interamericano de Desarrollo. Tiene, además, status de observador en la OEA. Ha intensificado su presencia diplomática y su influencia económica en el llamado mundo “subdesarrollado”, principalmente en el sudeste asiático, África y América latina, en muchos casos volcando parte de su gigantesco excedente comercial y volumen de reservas al financiamiento de grandes proyectos de infraestructura y de recursos naturales, participando directamente en su ejecución, y respaldando a las empresas privadas y estatales chinas con todo el poder de negociación y de imposición de su Estado.
[2] Jorge Castro: “Argentina: Pasado, presente y futuro”, 25-06-2009. http://observadorglobal.com/argentina-pasado-presente-y-futuro-%E2%80%93-cuarta-parte-jorge-castro-n1434.html
[3] Jorge Castro: “La exportación de soja a China es el dato clave de la demanda alimentaria”. Clarín, 18-07-2010.
[4] Entrevista de Loreley Gaffoglio en La Nación , 22-02-2009.
[6] Declaraciones de Gustavo Grobocopatel. Infobae, 23-07-2010.
[7] Horacio Ciafardini: “La Argentina en el mercado mundial contemporáneo”. En Crisis, inflación y desindustrialización en la Argentina dependiente. Ed. Ágora, 1990.
[9] Juan C. Cena: “Ferrocarriles. Compras chinas: Adquisiciones que no responden a un plan de recuperación integral ferroviario”. Argenpress, 23 al 30-07-2010.